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hasta cuándo las mujeres seguiremos siendo las esclavas de los hombres

Por qué las mujeres somos tan sumisas y nos dejamos dominar por los hombres

¿Por qué un  marido no demuestra cuánto quiere a su esposa planchándole al vapor las faldas o aseguránose de que siempre tenga sujetadores de sobra en el cajón de su ropa interior? ¿Se siente un hombre culpable por no haberse acordado de limpiar el polvo? ¿Por qué los maridos no preparan buenas cenas, recogen la casa o mantienen relaciones regulares a petición? ¿Por qué las mujeres aceptan asumir el 94% de las tareas que require el cuidado de lo niños? ¿Por qué algunas mujeres jutifican y defienden este estatus quo en el que estamos sumidas? ¿Por qué las mujeres somos tan descuidadas para la satisfacción de nuestras propias necesiddes? ¿Si somos tan buenas cuidando a lo otros, por qué somos tan malas la hora de cuidarnos a nosotras mismas?

¿Por qué la contribución de los hombres a las tareas domésticas se considera un acontecimiento que merece la ocasión de celebrarse? ¿Por qué las mujeres no nos quejamos ante nuestros familiares o nuestras amigas, por qué no nos atrevemos a llamar las cosas por su nombre, por qué casi siempre tendemos a ocultar o disimular nuestro decontento? ¿Si esperamos y exigimos poco de los hombres, debe sorprendernos que obtengamos menos?

Las mujeres nos resistimos a admitir el desigual reparto de las tareas domésticas

Las mujeres deseamos creer que nuestros matrimonios son justos a la hora de repartir las tareas. Lo deseamos tanto que nos autoengañamos, o, como dirían nuestras madres, aprendemos que lo mejor es "ver las cosas desde el lado positivo". Las mujeres profesamos ideales igualitarios, pero nos resistimos a admitir el desigual reparto de las tareas domésticas: preferimos fingir que compartimos el trabajo, y nos sentimos orgullosas de lo mucho que ha cambiado nuestras vidas en relación a la de nuestras madres. Quizás lo hagamos para convencernos de que nuestro matrimonio es radicalmente diferente del de nuestras madres y abuelas (nunca mencionamos que ellas no trabajaban fuera). Esa tendencia a adornar las cosas es una especie de admisión de la derrota: como las mujeres no vemos posible que el reparto del trabajo familiar sea más justo, redefinimos nuestro concepto de justicia. Por eso las mujeres pocas veces admitimos la realidad: que la ayuda que nuestros maridos proporcionan ni siquiera cubre el trabajo que directamente crean. Muchas mujeres tomamos la decisión de "no tocar el tema", fingiendo ante los demás que repartimos el trabajo en casa "bastante bien". Cuando las mujeres vemos a un hombre con un bebé nosfijamos y lo valoramos, mientras que cuando vemos a una mujer ni siquiera repramos en ello. Con demasiada frecuencia las mujeres consideramos la incompetencia de los hombres en las tareas de la casa y la crianza de los hijos como una más de los privilegios masculinos.

¿Por qué las mujeres fingimos y proyectamos una imagen de igualdad, armonía y simetría en la disribución de tareas, cuando nuestra vida está llena de injusticia y desproporción? Nos sentimos afortunadas cuando nuestro marido se queda de canguro cuando a nosotras nos cambian el turno del trabajo, y no pillamos un rebote al llegar a casa y encontrarnos todo patas arriba, los niños todavía sin bañar, o en acostados con el chandal. Papá puede que lleve la niña al parque (no todos lo hacen) pero mamá la bañará, cambiará, preparará la bolsa con pañales, la merienda y la pondrá a dormir cuando vuelva y se levantrar por la noche cuando se despierte y llore.

Pocas mujeres quieren hablar de la servidumbre de las mujeres respecto a los hombres y los hijos, quizá porque sea una verdad demasiado cruda para poder sobrellevarla. Después del "privilegio" del trabajo remunerado, "el segundo turno" en casa.

Pero si las mujeres no atendemos a nuestras necesidades, ¿quién lo hará? Si no luchamos nosotras por nuestro derecho al ocio, ¿quién lo hará? Y si no intentamos cambiar las cosas, ¿qué vida familiar les tocara vivir a nuestras hijas? ¿Para las mujeres poner nuestras necesidades en último lugar es una buena estrategia?

¿Por qué las mujeres seguimos comportándonos como si tuviéramos algo por lo que dar las gracias? ¿Y por qué les damos puntos a nuetros maridos por el hecho de aparecer por la puertade casa? El más mínimo detalle de un hombre despierta admiración.

¿Cómo es posible que en un mundo de relativa igualdad en la esfera pública, las mujeres nos sometamos sin ofrecer resitencia en privado como esposas, atadas al hogar con un collar rosa?

¿Qué estrategias utilizamos las mujeres para racionalizar la desigualdad? La más frecuente es no comparar la cantidad de trabajo familiar que hacemos con el que hace nuestro marido, sino con el que hacen otras mujeres en peor situación.  Una mujer se considera sí misma"afortunada" si su marido le ayuda "algo", comparándose con el marido de una conocida que "no hace nada". Esta a, su vez, compara su marido (un buen hombre) con el marido de una amiga que con frecuencia regresa bebido a casa. A su vez esta última quita importancia a que su marido beba, "al menos no me pega", dice, mientras oye en la televisisón noticias sobre violencia familiar. Dicho de otra forma, en comparación con la esclavitud, la discriminación racial es un triunfo.

Otra manera de tapar ese sentimiento de injusticia es hacer comparaciones con otras generaciones, con el agravante de que normalmente no tenemos en encuenta que nuestras madres no trabajaban fuera de casa y nosotras si lo hacemos.

¿Por qué seguimos atrapadas en la idea de que "un buen hombre es muy dificil de encontrar y todavía más de atrapar? Nos lo decían nuestras madres: si tienes la suerte de tenerlo a tu lado más vale que le permitas casi todo, incluso concederle unos cuantos puntos por el hecho de aparcer por la puerta....Seguiremos pasando estas ideas a nuestras hijas...

A las mujeres los hijos nos cambian de arriba a abajo la vida: son como un terremoto, seguido de una inundación y luego una erupción volcánica: para un hombre son poco más que una tormenta. Los niños endurecen aún más el desigual reparto de tareas en la pareja, haciendo caer el bienestar de las mujeres (casi no afecta a los hombres). Las mujeres seguimos asumiento un 85% del trabajo de crianza (como en los años 60, sólo que ahora muchas trabajamos fuera). En realidad, algunas, siendo realistas, pensamos que las mujeres perdemos nuestra identidad como personas con los hijos. Hacer todo el trabajo de crianza, es otro servicio más que ofrecemos a nuestros maridos para que sigan teniendo tiempo libre, libertad y disfruten de su ocio (a nuestra costa). No es que nuestros maridos no hagan nada: sino que no hacen nada que le resulte demasiado costoso o demasiado desagradable: todos los "marrones" para nosotras. Papá siempre se queda con la mejor parte: jugar, leer, conversar con ellos, ir al baloncesto...

Yen muchos casos incluso el sexo es otra forma del trabajo de esposas, al consistir en satisfacer exclusivamente las necesidades físicas y emocionales del esposo. Los hombres hacen lo que quieren y necesitan, y las mujeres nos adaptamos a esas "necesidades".

Visto lo visto, ¿por qué las mujeres no promovemos cuanto antes cambios en esta decepcionante situación? La mayoría de nosotras dedicamos más energía a disimular e inventar escusas que a provocar auténticos cambios. En el fondo muchas pensamos que una relación imperfecta es mejor que ninguna, que lo que conseguiremos si obligamos a que nuestro compañero que cambie es que se vaya. A veces las mujeres dejamos nuestros ideales de igualdad para no poner en peligro aspectos que valoramos más como la paz en el matrimonio. Estos miedos aumentan con la maternidad: la mujeres nos volvemos más conservadoras, nos obligamos a jugar en terreno seguro por el bien de los hijos. Pero, alguna vez pensamos en el futuro que todo esto deja para nuestras hijas.

Por supuesto deberíamos tener claro que nuestros maridos no moverán un dedo para corregir esa desigualdad, por la misma razón por la que los directores no quieren pasar a ser comerciales o los doctores a enfermeros. Por eso las mujeres debemos mentalizarnos y rebelarnos contra esta situación, y dejar de ser cómplices de esta desigualdad: de lo contrario todo seguirá igual.

 

Nuestras hijas seguirán siendo siervas de sus hombres...

Ser esposa y madre representa lo contrario a un chollo. La igualdad que las mujeres hemos conseguido en la vida pública no se corresponde para nada con el reparto desigual de trabajo (y el tiempo libre) que sobrellevamos en nuestra vida privada. En general, la ayuda que los maridos nos proporcionan, ni siquiera cubre la cantidad de trabajo que directamente crean.

Cosas que hacemos las mujeres:

Tristerealizar una parte desproporcionada de labores domésticas (dos terceras partes: lavadoras, plancha, compras de comida y ropa, elaborar comida sana, limpieza hogar, bañar  los niños, ayudarles con los deberes, darle de cenar, cuidarlo todas las tardes y la mayorparte del fin de semana, acostarlos todos los días,...) , Tristeasumir toda la responsabilidad en el cuidado de los hijos, Triste organizar nuestras vidas en función de los gustos del esposo, Triste cuidado emocional del esposo (vida social, regalos, notas de agrdecimiento, encontrar espacio mental para organizar todo lo anterior, aceptar temas de conversación preferidos por él, ajustarse a las necesidades de la sexualidad del marido, supervisar tratamientos médicos ... y hasta reírse de sus bomas para que se sienta bien.

Y todo para que él pueda disfrutar de su tiempo e ocio. Las estadísticas dicen que los maridos difrutan de 16 horas más de tiempo libre que nosotras.  Las mujeres ponemos las necesidades de los otros (marido, hijos) por encima de las nuestras. Las mujeres incluso tenemos dificultades para reconocer nuestras propias necesidades, y no hablemos de la habilidad para satifacerlas. Mientras que las mujeres nunca buscamos oportunidades para relajarnos o divertirnos, nuestros maridos no hacen otra cosa que reclamar su derecho inalineable a divertirse.  Para muchas de nosotras la idea de ocio es algo parecido  a meter a los niños en el coche e ir de compras o sencillamente que nos dejen en paz 5 minutos. .. Por que el tiempo libre es un privilegio masculino. Nosotras las mujeres contribuimos a proteger ese privilegio,  y para colmo, a menudo negando su existencia. Las mujeres casadas somos facilitadoras de tiempo libre para nuestros maridos: nos vemos incapaces para liberarnos del yugo de servirles.

Adoptamos sus preferencias  como "nuestras" preferencias. Estas son las comodidades y los servicios asociados (mucho más que comida caliente, camisas planchadas y casa recogida) que tanto desean los hombres. La carga mental de planificar e idear compras, comidas, y actividades y la energía que gastamos en "vendérsela"  nuestros hijos y esposos. Son las responsabilidades propias de las necesidades de tus hijos y, para colmo, atender las necesidades de tu marido.

Lo más sorprendente no es la tremenda desigualdad existente en el hogar, sino que las mujeres continuemos permitiendo que siga siendo así.  Por qué nos autoengañamos las mujeres? ¿Por qué seguimos haciendo la vista gorda?