Las mujeres nos resistimos a admitir el desigual reparto de las tareas domésticas
Las mujeres deseamos creer que nuestros matrimonios son justos a la hora de repartir las tareas. Lo deseamos tanto que nos autoengañamos, o, como dirían nuestras madres, aprendemos que lo mejor es "ver las cosas desde el lado positivo". Las mujeres profesamos ideales igualitarios, pero nos resistimos a admitir el desigual reparto de las tareas domésticas: preferimos fingir que compartimos el trabajo, y nos sentimos orgullosas de lo mucho que ha cambiado nuestras vidas en relación a la de nuestras madres. Quizás lo hagamos para convencernos de que nuestro matrimonio es radicalmente diferente del de nuestras madres y abuelas (nunca mencionamos que ellas no trabajaban fuera). Esa tendencia a adornar las cosas es una especie de admisión de la derrota: como las mujeres no vemos posible que el reparto del trabajo familiar sea más justo, redefinimos nuestro concepto de justicia. Por eso las mujeres pocas veces admitimos la realidad: que la ayuda que nuestros maridos proporcionan ni siquiera cubre el trabajo que directamente crean. Muchas mujeres tomamos la decisión de "no tocar el tema", fingiendo ante los demás que repartimos el trabajo en casa "bastante bien". Cuando las mujeres vemos a un hombre con un bebé nosfijamos y lo valoramos, mientras que cuando vemos a una mujer ni siquiera repramos en ello. Con demasiada frecuencia las mujeres consideramos la incompetencia de los hombres en las tareas de la casa y la crianza de los hijos como una más de los privilegios masculinos.
¿Por qué las mujeres fingimos y proyectamos una imagen de igualdad, armonía y simetría en la disribución de tareas, cuando nuestra vida está llena de injusticia y desproporción? Nos sentimos afortunadas cuando nuestro marido se queda de canguro cuando a nosotras nos cambian el turno del trabajo, y no pillamos un rebote al llegar a casa y encontrarnos todo patas arriba, los niños todavía sin bañar, o en acostados con el chandal. Papá puede que lleve la niña al parque (no todos lo hacen) pero mamá la bañará, cambiará, preparará la bolsa con pañales, la merienda y la pondrá a dormir cuando vuelva y se levantrar por la noche cuando se despierte y llore.
Pocas mujeres quieren hablar de la servidumbre de las mujeres respecto a los hombres y los hijos, quizá porque sea una verdad demasiado cruda para poder sobrellevarla. Después del "privilegio" del trabajo remunerado, "el segundo turno" en casa.
Pero si las mujeres no atendemos a nuestras necesidades, ¿quién lo hará? Si no luchamos nosotras por nuestro derecho al ocio, ¿quién lo hará? Y si no intentamos cambiar las cosas, ¿qué vida familiar les tocara vivir a nuestras hijas? ¿Para las mujeres poner nuestras necesidades en último lugar es una buena estrategia?
¿Por qué las mujeres seguimos comportándonos como si tuviéramos algo por lo que dar las gracias? ¿Y por qué les damos puntos a nuetros maridos por el hecho de aparecer por la puertade casa? El más mínimo detalle de un hombre despierta admiración.
¿Cómo es posible que en un mundo de relativa igualdad en la esfera pública, las mujeres nos sometamos sin ofrecer resitencia en privado como esposas, atadas al hogar con un collar rosa?
¿Qué estrategias utilizamos las mujeres para racionalizar la desigualdad? La más frecuente es no comparar la cantidad de trabajo familiar que hacemos con el que hace nuestro marido, sino con el que hacen otras mujeres en peor situación. Una mujer se considera sí misma"afortunada" si su marido le ayuda "algo", comparándose con el marido de una conocida que "no hace nada". Esta a, su vez, compara su marido (un buen hombre) con el marido de una amiga que con frecuencia regresa bebido a casa. A su vez esta última quita importancia a que su marido beba, "al menos no me pega", dice, mientras oye en la televisisón noticias sobre violencia familiar. Dicho de otra forma, en comparación con la esclavitud, la discriminación racial es un triunfo.
Otra manera de tapar ese sentimiento de injusticia es hacer comparaciones con otras generaciones, con el agravante de que normalmente no tenemos en encuenta que nuestras madres no trabajaban fuera de casa y nosotras si lo hacemos.
¿Por qué seguimos atrapadas en la idea de que "un buen hombre es muy dificil de encontrar y todavía más de atrapar? Nos lo decían nuestras madres: si tienes la suerte de tenerlo a tu lado más vale que le permitas casi todo, incluso concederle unos cuantos puntos por el hecho de aparcer por la puerta....Seguiremos pasando estas ideas a nuestras hijas...
A las mujeres los hijos nos cambian de arriba a abajo la vida: son como un terremoto, seguido de una inundación y luego una erupción volcánica: para un hombre son poco más que una tormenta. Los niños endurecen aún más el desigual reparto de tareas en la pareja, haciendo caer el bienestar de las mujeres (casi no afecta a los hombres). Las mujeres seguimos asumiento un 85% del trabajo de crianza (como en los años 60, sólo que ahora muchas trabajamos fuera). En realidad, algunas, siendo realistas, pensamos que las mujeres perdemos nuestra identidad como personas con los hijos. Hacer todo el trabajo de crianza, es otro servicio más que ofrecemos a nuestros maridos para que sigan teniendo tiempo libre, libertad y disfruten de su ocio (a nuestra costa). No es que nuestros maridos no hagan nada: sino que no hacen nada que le resulte demasiado costoso o demasiado desagradable: todos los "marrones" para nosotras. Papá siempre se queda con la mejor parte: jugar, leer, conversar con ellos, ir al baloncesto...
Yen muchos casos incluso el sexo es otra forma del trabajo de esposas, al consistir en satisfacer exclusivamente las necesidades físicas y emocionales del esposo. Los hombres hacen lo que quieren y necesitan, y las mujeres nos adaptamos a esas "necesidades".
Visto lo visto, ¿por qué las mujeres no promovemos cuanto antes cambios en esta decepcionante situación? La mayoría de nosotras dedicamos más energía a disimular e inventar escusas que a provocar auténticos cambios. En el fondo muchas pensamos que una relación imperfecta es mejor que ninguna, que lo que conseguiremos si obligamos a que nuestro compañero que cambie es que se vaya. A veces las mujeres dejamos nuestros ideales de igualdad para no poner en peligro aspectos que valoramos más como la paz en el matrimonio. Estos miedos aumentan con la maternidad: la mujeres nos volvemos más conservadoras, nos obligamos a jugar en terreno seguro por el bien de los hijos. Pero, alguna vez pensamos en el futuro que todo esto deja para nuestras hijas.
Por supuesto deberíamos tener claro que nuestros maridos no moverán un dedo para corregir esa desigualdad, por la misma razón por la que los directores no quieren pasar a ser comerciales o los doctores a enfermeros. Por eso las mujeres debemos mentalizarnos y rebelarnos contra esta situación, y dejar de ser cómplices de esta desigualdad: de lo contrario todo seguirá igual.
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